Leonor María Landirez Echeverría: Para que el tiempo no la borre

De: Francisco Santana

04 24 pm

Categoría: retratos

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Leonor vive en Maldonado, entre Antepara y García Moreno, a unos cuantos metros de su querido colegio Guayaquil, en una villa gestionada con el IESS. Recuerda que era una manzana desolada en donde construyeron las casas que luego habitaron los profesores del colegio. Ahora solo quedan dos de la vieja guardia: ella y María Rosa de Cornejo.
Triste, observa desde la ventana como las alumnas del Guayaquil pasan frente a sus ojos y ella ya no puede acompañarlas. Con voz firme pero invadida por la desazón dice: “cuando uno es viejo tiene que estar activo, mi vida ha cambiado para mal desde que dejé mi trabajo en el bar del colegio, en donde estuve como cincuenta años”. Parece olvidar que pronto cumplirá 86.
Cuando llegó a Guayaquil, por los años 20, ésta era una ciudad pequeña. Aún no había buses sino carros eléctricos y góndolas, unos carritos tirados por mulas. Ingresó al colegio Guayaquil en 1937. Es alumna fundadora, no profesora fundadora, como sugieren algunos, “porque entonces sería Matusalén”, masculla con humor. El colegio se creó con las alumnas del Vicente Rocafuerte, que era mixto. Ellas pasaron a segundo curso, pero doña Landirez entró a primero.
Rememora que estudiar en el Guayaquil fue la realización de un sueño, porque su mamá era muy pobre y no pensaba ponerla en el colegio. Su anhelo era entrar al normal Rita Lecumberri, ya que siempre deseó ser profesora, pero su padre se opuso y la matriculó en el Guayaquil. Quién diría que terminaría amando el colegio.
Leonor estaba hecha para el deporte. Corría y jugaba básquet “con gran suceso”, según afirma segurísima. Isabel León, su rival en enfrentamientos escolares, habló con la legendaria maestra Delia Bajaña, para que integrara el equipo del colegio inicialmente como suplente. Washington Arcos la hizo debutar como titular y ya nadie la detuvo.
Participó luego en las competencias de atletismo entre el Rita y el Guayaquil, los únicos colegios femeninos por esos años. Rogó para que la dejaran intervenir. Los resultados la hicieron muy popular. Ganó en 60 metros, en salto alto, en posta y quedó segunda en salto largo. El “loco” Manrique, encargado de atletismo del Guayaquil, la convenció para que se dedicara a este deporte, porque ella por entonces prefería jugar básquet. Tenía 14 años.
Un día, que no fue cualquiera, partió seleccionada a Lima para competir en el XI Campeonato Sudamericano de Atletismo. Enseña un grupo de fotografías amarillentas en donde destaca la que publicó El Telégrafo. Está pegada en un pedazo de madera para que el tiempo no la borre. Recuerda de esa aventura a Carola Castro, Rafael Viteri y “Caballito” Cevallos. Admite que le fue mal y quedó cuarta. Para entonces era la mejor atleta guayaquileña y record nacional en saltos alto, largo y en 60 metros planos. Así lo aseguran los periódicos de la época.
Al terminar el tercer curso del colegio, la Federación Deportiva del Guayas la mandó con vacaciones pagadas a Quito. La quinta San Vicente de las Hermanas de la Caridad la recibió. Se quedó allá con la ayuda de Jorge Zavala, que era presidente de la Federación del Guayas. Estudió becada en el colegio quiteño 24 de Mayo, donde se graduó.
Luego estudió en el Instituto Superior de Pedagogía persiguiendo su sueño de ser profesora. Abandonó en tercer curso. No tenía dinero. Delia Bajaña la rescató y volvió a Guayas. “Ella merece un monumento por su sacrificio, quiero que recalque que en el Guayaquil la han olvidado. Siempre apoyó a las deportistas”, aclara, y agrega que alguna vez le pusieron su nombre a una cancha de básquet del colegio, pero ahora eso ya no existe. El tiempo lo borró.
Leonor enseñaba Estudios Sociales, y sus clases, según dice, “eran tan bonitas, que algunas alumnas, cuando tocaba recreo, cerraban la puerta para que continuaran”. En su colegio querido montó, incluso, un bar que funcionó hasta el 2007. Por eso, luego de la muerte de su madre y de su esposo, el momento más doloroso de su vida fue dejar el colegio. “Yo aspiraba a estar en el Guayaquil hasta morirme”. Es que allí construyó, de a poco, su longeva lucha por la alegría.